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Y pasó un 'dragón'

Por: Iván Felipe López

No habíamos pasado ni dos horas en el suelo de Paimadó y ya éramos la noticia del día.

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Mucho habíamos escuchado del peligro que podría ser ir a registrar la minería ilegal en el Chocó. Que paramilitares, que guerrilleros, que mafiosos. Pero lo que nunca imaginé es que íbamos a ser observados por un brasilero.

Con trípode y cámara en mano salimos hacia el puerto donde estaba la gasolinera y la única zona con Wifi gratis para el pueblo. Una panadería, un lugar de comidas rápidas, un quiosco donde se encuentra el único peluquero de Paimadó; y todo esto a la sombra de la iglesia que, en algún momento del viaje, vimos rebozada de alabanzas. Por más diferentes que fueran estos espacios para nuestros ojos, la imagen de Río Quito era lo que buscábamos retratar. Un paisaje que se veía destruido, descuidado y que, aun así, era bello. Sin pensarlo dos veces montamos trípode y cámara lo más rápido que pudimos.

Pasaban los minutos, la cámara seguía disparando y la gente cada vez nos miraba más. La mayoría con cara de asombro y sorpresa, pero fueron aquellos pocos que miraban con desconfianza los que llamaron mi atención. Era como si la presencia de una cámara los violentara, como si aquel sonido del obturador invadiera su espacio a pesar de no estar disparando hacia ellos. Pasaron 30 fotos hasta que les gano la curiosidad. Un grupo de cuatro personas se acercó a mí:

– Y, ¿Pa’ que son las fotos? – me preguntó uno de ellos.

– Para un trabajo de la universidad.

Con un gesto de aprobación se alejó lentamente con sus compañeros.

Alertado, empecé a ver hacia donde iban. A lo lejos, sentado en una silla blanca se veía a un hombre de camisa azul. Intimidante como ningún otro en la plaza, era quien miraba con minucioso detalle nuestro trabajo. Aquellos cuatro se dirigieron directamente hacia él. Hablaban demasiado y a lo lejos yo no lograba entender qué decían, solo veía que apuntaban constantemente hacia mí y hacia la cámara.

50 fotos. Habían pasado alrededor de 20 minutos desde que el hombre me había hablado. A lo lejos empecé a ver como se acercaba una embarcación a paso lento y que ensordecía a todos los que estábamos en el puerto. Entre más se acercaba, más raro se volvía. Como una especie de timón, una lancha se encontraba en frente de toda la estructura. Cuatro lanchas más, cada una situada en un extremo, sostenían el total de la máquina. En la parte superior se encontraba una especie de casa. Los mineros viven dentro de la draga.  Sentado en un bote no muy alejado, mi colega Juan Diego me miraba con impresión, no podíamos creer que justo en el momento en que teníamos la cámara estuviera pasando un dragón.

70 fotos. Me voltee para ver dónde se encontraba el de camisa azul. Fumaba un Mustang azul al lado mío, solamente nos separaba el sonido del obturador. Me miraba como diciéndome que apagara la cámara y me fuera, pero yo solo esperaba que aquel bote pasara por el lente. Con un acento innegablemente brasilero el draguero me dijo:

–  Y, ¿cómo porque están acá?

–  Por un trabajo de la U.

Él siguió fumando, tratando que el humo tapara la imagen de la draga. En solo unos minutos el dragón pasó y la tensión del ambiente nos susurró que ya era hora de irnos.

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