La mujer de la 'matraca'
Lucía al igual que muchas mujeres rioquiteñas aprendieron de sus padres a extraer pequeñas cantidades de oro con su matraca; sin embargo, en la actualidad no les alcanza ni para sobrevivir.
Su rostro marcado por las ojeras, sus uñas llenas de tierra y senos caídos reflejaban el cansancio de trabajar como barequera toda su vida. A sus 49 años esta era la única forma en la que podía obtener dinero, pues en Paimadó las oportunidades de empleo son muy pocas. Mientras los hombres se dedican a la agricultura o trabajan en las dragas, ellas recolectan oro con sus matracas.
Las mujeres de Río Quito empiezan el día remando contra la corriente, su única ayuda es un palo largo que les permite dirigirse hacia las playas cercanas a los corregimientos del municipio, en una pequeña ‘panga’, con la esperanza de encontrar algunos granos de oro.
Lucía con el agua hasta los tobillos, revolcaba la tierra en la batea con fuertes movimientos circulares, bajo el sol calcinante; el polvo amarillo se quedaba en el fondo, mientras el agua se llevaba el fango. Si lograba recolectar un granito de oro, podría ganarse así sean diecisiete mil pesos y darle de comer a sus cuatro hijos. Cada cierto tiempo lavaba el sudor de su rostro con el agua del río y continuaba la búsqueda del metal precioso.
"El agua contaminada no es impedimento para que ellas decidan seguir excavando todos los días".
No hay hora de salida del trabajo, a veces tienen que regresar a casa a las 10 de la noche con la totuma vacía. Todo depende de si consiguen montar o no los cajones para filtrar los granitos. Incluso cuando no consiguen montar rápidamente, tienen que remar hasta otras playas en busca de una mejor suerte. Esta práctica no da los mismos frutos de antes, aquella tradición se está muriendo porque las grandes extracciones de minería legal e ilegal han acabado con todo.
—Ya no hay más que hacer aquí, ya uno no consigue ni donde montar los cajones, pero tampoco hay más en qué trabajar —comentó con nostalgia Lucía.
El agua contaminada no es impedimento para que ellas decidan seguir excavando todos los días. Las enfermedades producto del contacto con el mercurio que trajeron las dragas, se trataban entonces de un mito, algo que la gente que trabajaba con la alcaldía inventaba, pues la gran mayoría no sentía ningún síntoma:
—Puede que ya esté enferma y tenga ese metal dentro de mi cuerpo, pero continuaré buscando oro para sostener a mi familia —aclaró Lucia metiendo nuevamente sus pies descalzos en el río.